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Apología de las artes menores
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I
Hay unas no tan bellas artes que,
sin embargo, requieren mucha creatividad e ingenio. Ligadas a la impresión de
los sentidos erróneamente considerados menores —como el gusto, el olfato y el
tacto— y frente a las bellas artes existen ciertas artes menores, formas de expresión, afectos, percepciones y
sensaciones. Artes menores que han emprendido una exploración sin retorno hacia
lo desconocido: se abisman en lo sublime, feo, siniestro, anómalo, grotesco,
desagradable, antiestético. Quizá desde siempre han estado en el corazón de la
creación humana como esa alteridad y sombra oculta.
Ahora
que el arte se amplía hasta difuminar sus límites, las obras de arte nos inquietan y exasperan más que explicarnos. Obras que
se transforman en experiencias, intervenciones y procesos inacabados más que
productos estéticos fijos o canónicos. De tal suerte que la experiencia,
la recepción y la relectura de la obra artística, ya no se añaden a ella, sino que la
conforman. El arte ha dejado de traducir una realidad metasensible. Su espiritualidad encarna la experiencia
cotidiana.
Lejos
de la modernidad estética de las vanguardias, hoy el arte ha dejado de ser una
provocación subversiva. La transgresión cotiza en la bolsa de valores. La
sociología de la vida cotidiana nos ha mostrado que el placer estético se
relaciona cada vez menos con la intensidad y la diversidad de sensaciones
naturales que con las intensificaciones y aprendizajes culturales hegemónicos.
Desde el mercado, la política y la cultura, el gusto ha sido deconstruido como
categoría política y socio-económica en vez de seguirse viendo como una
categoría estética neutral.
Y en
este contexto, la genialidad de la mercancía ha despertado la lámpara
maravillosa del genio de la simulación. Repetición demencial de formas y
gestos, el arte contemporáneo se recicla, se regodea en sus propios desechos y
residuos. Exhibe la banalidad absoluta de una obscenidad cotidiana. La
pornografía es nuestro consumo diario. En palabras de Jean Baudrillard:
La
imagen es la realidad virtual. Es como si las cosas al haberse tragado su
espejo, se vuelven transparentes y los simulacros dejan de ser simulacros y son
fetiches completamente despersonalizados, desimbolizados y, sin embargo, de
intensidad máxima, investidos directamente como médium. Es aquí donde nuestros
objetos más superficiales y estereotipados recuperan un poder exorcizante
similar al de las máscaras sacrificiales”.1
El arte contemporáneo se
retrotrae sobre sí mismo. Cita, simulación y copia de la copia, hoy el arte se
dedica a reapropiarse de manera lúdica. Más que kitsch, es un mosaico de retazos de todas las formas y obras del
pasado mediato e inmediato. Una gigantesca fábrica de experiencias y objetos de
consumo sofisticado, la cual hace con su propia basura y sus deshechos un
ejercicio de redención profana y secular en un mundo que ha perdido toda aura;
un mundo desencantado y des-almado.2 Es un arte que explora de forma
radical la insignificancia de la experiencia artística. No sólo porque «los
autores» de hoy contribuyen con sus imágenes a la insignificancia del mundo,
sino porque los desechos mismos han sido incorporados a la simulación como
realidad primera. Ahora, «el arte en su
conjunto no es más que el metalenguaje de la banalidad».3 Superficialidad y banalidad estética, el arte huye a toda prisa de lo
artístico. Si todo puede ser arte, nada singular lo es. El mercado del arte y
la economía de consumo estético crean una experiencia transitoria de lo no
artístico y lo no estético. Se juega con los umbrales, pero ya no se tiene el
gesto de transgresión de las vanguardias sino su repetición cansina o, en el
mejor de los casos, cínica.
La
crisis del arte también tiene efectos positivos: nos ha mostrado la impostura
de hacer del arte un sucedáneo de la religión en un mundo secularizado. Por
ejemplo, el arte corporal ya no está en el arte o en la estética sino en la
cultura posthumana de cuerpos artificiales. De las caderas y pechos, pasando
por la clonación, al cambio de sexo, la tecnocultura del cuerpo es la verdadera
vanguardia del arte corporal.4 En todo caso, el arte no escapa al
cansancio generalizado de Occidente, a su repetición tragicómica. La autorreferencialidad del mundo contemporáneo hace
que el arte devenga otra cosa, que disuelve su diferencia en un espejo de
identidades indiferentes. ¿No sería en este gesto de devenir lo otro donde el
arte ha encontrado una deriva imperceptiblemente creadora, anónima y sin
embargo «anómala»?
II
La banalización del arte resulta concomitante
de cierta apología del anonimato. Los sujetos sociales anónimos expresan una
multitud que a su vez reúne multiplicidades y no individualidades. La multitud
implica una multiplicidad de sujetos. Como ha precisado Toni Negri, hay que
rehusar la tentación de la metafísica clásica occidental de reducir las cosas a
una sola unidad homogénea y transparente: la multitud es una multiplicidad
irreductible, una cantidad indefinida de puntos, un conjunto absolutamente
diferenciado. Multitud es el nombre de una realidad económica, cultural y
política emergente, y a la vez, una potencia ontológica. Ella recrea el mundo y
genera un gran horizonte de subjetividades que se expresan libremente y que
constituyen una comunidad libertaria y libertina.5
La
muchedumbre actúa como un dispositivo libidinal que construye nuevos deseos al
transfigurar la realidad existente. En ella no hay subjetividades cerradas o
fijas. Si acaso, el yo actúa como una máscara, como un punto en
ebullición que constantemente deviene otra cosa, pues lo que efectivamente hay
son multiplicidades, y las multiplicidades colectivas no tienen partes, son
unidades móviles y vivientes. Están en constante dinamismo y variación. Su
realidad es plural, de tal suerte que el individuo sólo sería una modulación de
diferencias de potencial. La intensidad es previa a la subjetivación. Todas las
diferenciaciones sociales, culturales, profesionales, descansan en un campo
intensivo pre-individual. Aquí individuo y medio resultan inseparables, dado que
ambos emergen de una misma y única operación de individuación. El devenir de
los sujetos colectivos tiene que entenderse como una verdadera multiplicidad
que multiplica combinaciones inéditas.
Lo
importante es entender que los sujetos colectivos anónimos no tienen nombre ni
rostro fijo; hay rasgos que los definen, pero sólo de forma aparente, parcial y
tangencial. Expresan una unidad que varía en función de las conexiones diversas
que los afectan. Hay un solo y único animal abstracto para todos los agenciamientos
que efectúa el sujeto colectivo. Este animal abstracto no es ninguna
idealización sino que encarna un cuerpo concreto múltiple en devenir, una
intensidad con poder de afecciones que comprende polos, zonas, umbrales,
gradientes, tonos, afectos, saberes imperceptibles e incomunicables. Ya no hay
sujetos individuales, sólo individualizaciones dinámicas sin sujeto, sin
sentido y sin finalidad. Éste es el juego de la vida anónima donde los
jugadores son efecto de las jugadas.
Sin
nombre y sin rostro, sin rastro y sin identidad, los sujetos colectivos
anónimos dan un valor inédito a los procesos preindividuales e informes. La
pasividad se convierte en la auténtica capacidad de metamorfosis para padecer y
hacer aparecer devenires heterogéneos. A partir de los anteriores supuestos, la
anomalía deja de ser anormalidad, desaparecen las fronteras entre lo normal y
lo patológico, lo sano y lo enfermo, lo humano y lo animal. Y la monstruosidad
se convierte en una organización positiva y plena de la naturaleza:
La
anomalía en una especie reencuentra lo que en otra es la regla. La
monstruosidad es una variación muy interesante porque su singularidad ofrece un
desafío al comparatista, pero su naturaleza es igualmente normal, en el sentido
de que se trata de una producción de la vida.6
Las
artes y obras menores siguen e imitan a la vida en su fidelidad irrestricta al
proceso autocreador. Al hacer del reglamento y el precepto un simple juego, las
obras menores no reproducen las reglas sino que crean nuevas formas de
constituirlas. Una vez más hay que decirlo y bendecirlo: aquí ya no hay
autor ni autoridad canónica. Todo centro trascendente queda borrado o eludido,
hay que limitarse a un ejercicio radical de despersonalización. El devenir
minoritario es creativo porque es una variación continua y subversiva.
Arriesga, no tiene nada que perder ni tampoco nada que ganar.
III
Desde la óptica del devenir,
democratización radical de la vida a partir de la inmanencia absoluta, ya no
hay más desviaciones homosexuales, sociales y culturales. El deseo ya no se
asume desde el contrato de la ley. No más leyes supuestamente homogéneas que
todo lo diluyen, lo norman y normalizan. Desde el devenir de las minorías y los
márgenes, la ley pierde su aura mística y desenmascarada como un efecto de
fuerza:
La
ley es un efecto normativo producido por los movimientos de dominación que
afectan a los devenires menores, a los procesos de minoría reales. Frente a la
ley, la inocencia determina el deseo como anomalía al borde. Hay una concepción
de la sexualidad que se asienta en el valor normal y normativo de la heterosexualidad,
y más ampliamente de la reproducción y que constituye un instrumento de
dominación social. También aquí se desemboca en una teoría de la transexualidad con n sexos, un devenir menor que desborda tanto a la homosexualidad
como a la heterosexualidad.8
A las formas e instituciones del
poder (estructuras normativas y normalizadoras), se opone lo informe de la
fuerza, el cuerpo y la animalidad (devenires menores, fuerzas y márgenes
activos). Hay que pasar de la apología de la anormalidad a la vindicación de
comunicaciones y comunidades transversales y transexuales en tanto se trata de
flujos nómadas. Todo devenir que nos conduzca a una transformación radical (ya
sea en el plano social, cultural, biológico, o en su entrecruzamiento) está en
deuda con la simbiosis animal, la simbiosis relaciona multiplicidades
heterogéneas; desde tal visión desaparecen las diferencias entre la vida y la
cultura, lo humano y lo animal. Animal no es lo otro del hombre, sino su borde
intensivo, expansivo y laberíntico. Acción y actores sociales se encuentran en
circunstancias de anomalía y requieren un devenir animal.
El
movimiento de caos que habita nuestras entrañas nos abisma a un estado de
continua metamorfosis donde establecemos las conexiones más insospechadas y donde
ya no opera un yo, ni siquiera un nosotros. Algo nos hace, nos afecta, nos
trastoca, y ese algo es el acontecimiento secreto y anónimo de un verdadero
sismo; a saber, una proliferación mutable y mutante que cambia de naturaleza y
nos modifica sin retorno posible. Esto es lo que se denomina agenciamiento; un
agenciamiento es la irrupción violenta de lo desconocido que nos conecta al
devenir en estado puro, y el devenir encarna una multiplicidad plural,
variable, dúctil, rizomática. Sólo es real el devenir menor y de minorías. Sólo
hay realidad en la irrealidad de lo nimio y lo invisible para las estructuras
hiper-lúcidas del poder. Lo relevante son las interpretaciones de las
relaciones de devenir, creación y fuga, y con ello se abandona todo maniqueísmo
ético o político: el sujeto social colectivo no tiene buenos o malos deseos, no
es perverso ni natural. El colectivo produce el deseo, lo construye. El sujeto
social colectivo está siempre conectado a todo tipo de intereses y elementos
heterogéneos. Es un flujo móvil –a decir verdad, sólo hay sujeto fijo por
represión y/o violencia.
Hay
un preciso y riguroso concepto creado por Gilles Deleuze que designa a este
sujeto colectivo anónimo de forma creativa y flexible: hecceidades. El término responde a un modo y modelo de
individuación diferente. Sobre todo dicho concepto socava la lógica de la
trascendencia desde una lógica de la inmanencia que articula singularidades con
relaciones de fuerza. Ya no se trata de repudiar las categorías de objetividad
y subjetividad que estructuran nuestra experiencia cotidiana:
La hecceidad no concierne a una
individualidad, a una subjetividad o a una corporeidad diferentes, sino a una
teoría diferente del individuo, del sujeto, del cuerpo o de la cosa. Pueden
recibir el nombre de hecceidades esas individuaciones que ya no constituyen
personas o yoes; la hecceidad no comporta la disolución del sujeto ni el
desvanecimiento de las cosas, sino un cambio en su estatuto lógico, una
rectificación epistemológica de su modo de existencia real.9
El devenir animal indica que
todos los devenires son menores, anómalos, moleculares, indiscernibles. Devenir
animal no significa involucionar, retroceder a un estadio primitivo; no se
prefiere el animal en lugar del humano, sino que más bien apunta hacia una zona
de vecindad molecular, de relaciones de intensidad y afectos.
IV
El arte debe entenderse como una
circulación de afectos y preceptos sobre el plano de la inmanencia. El arte es
un fenómeno vital y un agenciamiento territorial. Los animales no esperan a los
músicos o a los pintores para devenir colores o sonidos. El arte es la creación
de un territorio, agenciarse un territorio es un quehacer activo que implica el
cuerpo animal. Por su condición de anomalía, el animal entra en la composición
de arte. Tránsito y transporte de vida, el animal es un flujo de una poderosa
fuerza viviente. Por ende, el arte es cuestión de intensidad y no de géneros o
códigos estéticos o artísticos.
Más
que expresión cultural, el arte corresponde a un ejercicio de los afectos. Los
afectos ligan la capacidad territorial con el carácter funcional de lo
expresivo. El arte expresa la territorialidad que se asume en el umbral mismo
de la vida, es una síntesis activa de la habitación donde el humano puede
conectar el arte con la animalidad. Menos por obra de la belleza, el arte está
movido por la exigencia de crear un centro frágil e incierto de vida en el
corazón de la propia vida. El arte es geo-grafía; esto es, inscripción en la
piel del mundo; esto es, transformación expresiva del territorio. No se trata
de tener nada, pues lo expresivo antecede a lo posesivo. Tampoco puede pensarse
la materialidad o cualidades sensibles de las cosas como formas en sí de
expresión, nada es en sí mismo artístico si no es en relación y en juego de
alteridades. El arte despliega un agenciamiento que coordina territorio y
expresividad material. Ningún territorio preexiste a la expresión.
El
territorio no es un espacio ya dado sino un acto de relación que marca
distancias, acercamientos, intercambios, afectos. Crear un territorio implica
extraer del caos un orden de lo sensible. El arte es una forma, un mecanismo,
de habitar expresivamente la tierra. Hay arte cuando la sensación cobra cuerpo.
Existe una semiótica de expresiones y experimentaciones que el gran arte
–o las bellas artes– no toma en cuenta. Los grandes asuntos de
sociedad tienden a marginar lo micro y lo nimio. La vida cotidiana se considera
un acontecimiento trivial o de plano un no-acontecimiento. Histórica y políticamente,
ella ha sido marginada, invisibilizada, casi borrada, y no obstante, es la única
fuente de conocimiento, experiencia y vida que tenemos.
V
La idea de escribir este ensayo
surgió a partir de dos hallazgos. Un par de notas que encontré un día en internet:
1.
En algún lugar perdido del Brasil, una hogareña mujer le había cortado los
testículos a su marido hasta que se desangró por completo; el motivo: una
discusión de futbol.
2.
Una noche en la central de autobuses de Río Grande, Zacatecas, una joven esposa se
suicidó con raticida poco antes de viajar con su también joven esposo al estado
de Michoacán. Los motivos del suicidio los desconocen esposo, amigos y policía.
Al momento de que él se disponía a comprar los boletos ella se suicidó.
Artes extremos y otros excelsos
cotidianos es un título que busca hacer de los individuos
anónimos un sujeto colectivo sin nombre, pero con identidad propia, sin
destino, pero con una destinación pre-destinada a la errancia, el naufragio y
la pérdida. Tampoco se está descubriendo el hilo negro del asunto, quizá la
tentación secreta de la mayoría de creadores sea la disolución y la
metamorfosis. De Sócrates a Bruno Traven, pasando por Kafka, Pessoa y Blanchot,
la creación se abisma en los laberintos más enigmáticos. Czeslaw Milosz en su
texto híbrido —¿crónica, ensayo, autobiografía, reseña, novela
personal?— Abecedario. Diccionario
de una vida, rinde homenaje a escritores clásicos como Balzac, Rimbaud,
Frost, Schopenhauer, Suzuki y tantos otros más, pero con la misma o quizá con
mayor audacia, lucidez y profundidad nos recrea la vida de cientos de
escritores y artistas polacos de la generación de entreguerras como si se
tratara de cumbres de la creación universal; de hecho, al leer la obra uno se
sorprende por qué autores como Józef Czechowicz son personajes de cultos
herméticos y no obras de consulta general. Tal vez por eso la última entrada de
su singular obra lleve por título: «Desaparición de personas y cosas», ahí se
puede leer, a manera de epílogo que:
Quizá
la literatura y el arte no sean sino una celebración permanente de la vigilia
de los antepasados oscurecidos, una convocatoria de los espíritus con la
esperanza de que por un momento se encarnen en nosotros. Los famosos por algo,
cualquier cosa, aparecen en las enciclopedias, sin embargo, son los olvidados
que se pueden servir de mí, del latido de mi sangre, de la mano que sostiene la
pluma, para volver, por un momento, al mundo de los vivos. Mis protagonistas
aparecen iluminados por un destello, a menudo por un destello insignificante.
En definitiva, no me arrepiento de haber arrojado nombres y apellidos
indolentemente y de haber hecho de la trivialidad una virtud.10
Asimismo en un hermoso ensayo
narrativo (o cuento ensayístico, según se vea) titulado «El arte de
desaparecer», Enrique Vila-Matas recrea la historia de Anatol, un tránsfuga del
mundo cuyo arte consiste volverse imperceptible y absolutamente anónimo. Sin
embargo, tiene una extraña perversión que casi arruina su búsqueda: la
escritura. En efecto, la pasión por escribir estuvo a punto de llevarlo a la
gloria literaria, es decir –desde su perspectiva–, el fracaso
rotundo. Hay un diálogo con un escritor y editor de reconocido prestigio, quien
lo invita a publicar y que resulta crucial para entender dicha búsqueda:
—Pero
es que a mí, amigo Huvlac, siempre me ha horrorizado el sentimiento de
protagonismo. Siempre amé la discreción, el feliz anonimato, la gloria sin
fama, la grandeza sin brillo. La dignidad sin sueldo, el prestigio propio. Ya
desde niño, el mundo de la escritura se me presentaba como precozmente
apetecible y prohibido, relacionado, en cualquier caso, con una infracción, con
una práctica furtiva. Y además amigo Huvlac, en lo que yo escribo, sospecho una
operación de baja lujuria, una especie de interminable y falsificado chisme
sobre mí mismo. ¿A quién podría interesarle algo semejante?11
Aquí la literatura se concibe
como arte menor, puesto que busca esbozar algunas viñetas sobre eses seres y
aconteceres, casos y cosas marginales. Los ensayos y las crónicas son
archigéneros muy maleables porque permiten conjugar narración y poesía,
subjetividad y anonimato, intimidad y escándalo. Si bien el resultado es tan
efímero y magro como los personajes y lugares descritos, tal parece que
descriptores y descripciones han fraguado un complot contra los buenos modales
de la escritura.
En
todo caso, el ensayo y la crónica como artes menores cobran existencia en
breves textos que constituyen un elogio del anonimato y lo imperceptible como
realidades plenas. La realidad de lo imperceptible, anómalo y anónimo se opone
con vehemencia colérica a la realidad del fastuoso orden establecido. Lo
nefasto dinamita lo fastuoso. Experimentar esa realidad oculta que, al mismo
tiempo, está al alcance de todos, es la brújula poética de esta obra; no ir a
una realidad esencial detrás de las cosas, sino asumirlo todo en y desde lo
trivial y cotidiano, lo insípido e insignificante. He aquí la brújula poética y
ética que nos guía. La poesía intenta revelarse como una epifanía de lo idiota
(lo singular), un vislumbre del númen sagrado en un mundo desolado, pero con
esperanzas de afirmarse ciega y ferozmente en medio de la devastación. Sea pues
este esbozo un discreto homenaje para todos aquellos seres que hacen de la vida
un acto político y ético de supervivencia extrema. Ahora que nuestro país
–y un poco el mundo entero– se cae a pedazos y la sobrevivencia se
vuelve sentido común.
(Del libro en preparación Artes
extremos y otros excelsos)
Notas:
1. Baudrillard, Jean, El
complot del arte, Ilusión y desilusión estéticas, Amorrortu, Buenos Aires 2007, p. 28
y 34.
2. Ibid, pp. 11-12.
3. Ibid, p. 22.
4. Lipovetsky, Gilles, Metamorfosis
de la cultura liberal, Anagrama, Barcelona 2002, p. 45.
5. Negri, Toni, “Multitud”, Abecedario
biopolítico, http://www.sindominio.net/contrapoder/article.php3?id_article=4
6. Sauvagnargues, Anne, Deleuze. Del animal al arte, Amorrortu,
Buenos Aires 2006, pp. 56-58.
7. Deleuze, Gilles, y Guattari,
Felix, Kafka, por una literatura menor,
Era, México 1978, p. 30.
8. Sauvagnargues, Anne, Op. Cit.,
pp. 80-81.
9. Ibid, pp. 125-126.
10. Milosz, Czeslaw, Abecedario.
Diccionario de una vida, FCE, Madrid 2003, pp. 351-352.
11. Vila-Matas, Enrique, Suicidios ejemplares, Anagrama, Barcelona 1991, p. 70.
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